La primera indagación que suele ser reveladora para un terapeuta es sobre qué le ocurrió al paciente antes que apareciera su síntoma.
Esto es tan valioso para un médico como para un psicoterapeuta, porque la enfermedad compromete a la persona total.
No es el acontecimiento en si mismo sino la forma de vivirlo lo que produce la alteración, que orgánicamente adopta características simbólicas.
Los factores emocionales como el miedo, la preocupación, la culpa, el enojo, la hostilidad o las experiencias de pérdidas o fracasos; dejan siempre una huella, más o menos profunda según los recursos emocionales, la sensibilidad y la fortaleza que tenga cada uno.
Cuando sufrimos desengaños, sustos, broncas o desilusiones, estas emociones se vuelven más o menos dolorosas en tanto y en cuanto estén ligadas a situaciones emocionales similares vividas que han quedado grabadas en nuestra psique en épocas tempranas del desarrollo.
Si esta nueva experiencia reaviva una herida narcisista antigua que todavía se recuerda o no, que es lo suficientemente perturbadora como para volver a afectarnos, el acontecimiento tendrá un significado emocional mayor y podrá afectar a la persona total, provocando un síntoma.
¿Por qué algunas personas toleran casi con indiferencia las críticas mientras que a otros les afecta significativamente mucho más una mínima observación sobre su comportamiento o rendimiento?
Por lo general depende de sus experiencias previas, si están o no asociadas a experiencias que resultaron traumáticas en un pasado lejano.
El que ha sido muy exigido y criticado va a tender a ser muy exigente consigo mismo y también con los demás, modalidad que acentuará su juicio crítico.
Estas personas suelen ser perfeccionistas y no se permiten fallar, porque todo fracaso es vivido como pérdida de autoestima.
El miedo puede provocar problemas funcionales, a veces en órganos como la vejiga y el sistema urinario. También afecta el sistema nervioso y el ritmo cardíaco.
La preocupación afecta el sistema digestivo, la atención y la memoria. La culpa puede producir alteraciones internas, como quistes, tumores; y lo mismo produce el resentimiento.
El enojo eleva la presión arterial y el metabolismo de los azúcares. La hostilidad afecta el hígado y el funcionamiento de la vesícula.
Las experiencias de pérdidas o fracasos producen depresión y las enfermedades de la sangre se relacionan con lo heredado, hechos de familia que permanecían ocultos que salen a la luz y que aún ejercen una influencia emocional negativa.
La bronca reprimida produce bronquitis y la acidez simboliza una situación que no se puede aceptar.
El orgullo se refleja en el cuerpo con contracturas, dolores articulares y problemas óseos.
El cuerpo se expresa con plena claridad por medio de los síntomas, y nos hablan en su propio lenguaje.
Esto es tan valioso para un médico como para un psicoterapeuta, porque la enfermedad compromete a la persona total.
No es el acontecimiento en si mismo sino la forma de vivirlo lo que produce la alteración, que orgánicamente adopta características simbólicas.
Los factores emocionales como el miedo, la preocupación, la culpa, el enojo, la hostilidad o las experiencias de pérdidas o fracasos; dejan siempre una huella, más o menos profunda según los recursos emocionales, la sensibilidad y la fortaleza que tenga cada uno.
Cuando sufrimos desengaños, sustos, broncas o desilusiones, estas emociones se vuelven más o menos dolorosas en tanto y en cuanto estén ligadas a situaciones emocionales similares vividas que han quedado grabadas en nuestra psique en épocas tempranas del desarrollo.
Si esta nueva experiencia reaviva una herida narcisista antigua que todavía se recuerda o no, que es lo suficientemente perturbadora como para volver a afectarnos, el acontecimiento tendrá un significado emocional mayor y podrá afectar a la persona total, provocando un síntoma.
¿Por qué algunas personas toleran casi con indiferencia las críticas mientras que a otros les afecta significativamente mucho más una mínima observación sobre su comportamiento o rendimiento?
Por lo general depende de sus experiencias previas, si están o no asociadas a experiencias que resultaron traumáticas en un pasado lejano.
El que ha sido muy exigido y criticado va a tender a ser muy exigente consigo mismo y también con los demás, modalidad que acentuará su juicio crítico.
Estas personas suelen ser perfeccionistas y no se permiten fallar, porque todo fracaso es vivido como pérdida de autoestima.
El miedo puede provocar problemas funcionales, a veces en órganos como la vejiga y el sistema urinario. También afecta el sistema nervioso y el ritmo cardíaco.
La preocupación afecta el sistema digestivo, la atención y la memoria. La culpa puede producir alteraciones internas, como quistes, tumores; y lo mismo produce el resentimiento.
El enojo eleva la presión arterial y el metabolismo de los azúcares. La hostilidad afecta el hígado y el funcionamiento de la vesícula.
Las experiencias de pérdidas o fracasos producen depresión y las enfermedades de la sangre se relacionan con lo heredado, hechos de familia que permanecían ocultos que salen a la luz y que aún ejercen una influencia emocional negativa.
La bronca reprimida produce bronquitis y la acidez simboliza una situación que no se puede aceptar.
El orgullo se refleja en el cuerpo con contracturas, dolores articulares y problemas óseos.
El cuerpo se expresa con plena claridad por medio de los síntomas, y nos hablan en su propio lenguaje.
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Excelente información
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