El
psicólogo social Stanley Milgram (1933-1984) realizó un experimento que resultó
famoso por sus resultados, para probar hasta
qué punto las personas obedecen a la autoridad cuando están presionados o
respaldados por sus superiores.
Esta
experiencia se convertiría en una de las más reveladores en el ámbito de la
psicología y aún hoy, después de más de cincuenta años, sus aspectos teóricos y
sociales no han perdido vigencia.
Para
realizar esta tarea, se convocó a voluntarios para participar en una
investigación sobre la memoria.
Un
voluntario tenía que enseñar una lista de palabras a otro que se encontraba en
otra habitación, a quien que previamente se le había asignado la tarea de
fingir dolor cuando se le daba una señal, mientras permanecía atado y cubierto
de electrodos aparentemente conectados a la electricidad.
Cada
error que cometía esta persona en su aprendizaje, el que le enseñaba tenía la
consigna de administrarle un castigo en forma de corriente eléctrica cada vez
con mayor grado de voltaje.
La
persona que era cómplice del experimentador, fallaba a propósito y gritaba de
dolor haciendo gran alboroto y suplicando que terminara la prueba, cada vez que
el voluntario que le enseñaba le administraba un castigo cada vez más fuerte.
Mientras
tanto, Milgram, que organizaba la prueba y representaba la autoridad para el
voluntario que desconocía la treta, permanecía detrás de él alentándolo a continuar hasta que el supuesto alumno aprendiera el
contenido de la prueba.
El
resultado de este experimento fue sorpresivo ya que el 65% de los sujetos que
participaron como voluntarios para enseñar a otro, fueron capaces de llegar
hasta el final sin dejarse influenciar por los gritos de sus víctimas.
Se
pudo inferir entonces, que dos de cada tres personas presuntamente normales son
capaces de producir daños graves a otros y convertirse en verdugos si sus actos
son justificados y respaldados por una autoridad.
Este
experimento fue repetido en distintas partes del mundo con los mismos
resultados, independientemente de la cultura.
Milgram
demostró que la tasa de obediencia disminuye cuando la autoridad se aleja o
cuando deja de ser legítima; en cambio aumenta cuando la autoridad es fuertemente
legítima, cuando la víctima no se puede identificar con claridad y cuando el
sujeto se considera solamente ejecutante de una orden.
En
este último caso, el individuo no se considera responsable de sus actos sino
como un mero agente de la autoridad a quien acepta obedecer.
Lo
que nos reconcilia con la especie humana es que por lo menos hay un 35% de
individuos que se rebelaron contra la autoridad e interrumpieron el castigo.
Fuente:
“Filosofía hoy”; “Gran historia de la psicología”; Stanley Milgram (1933-1984) “La
sumisión a la autoridad”.
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