Los
pueblos de la antigüedad clásica relacionaban los sueños con el mundo
mitológico, portadores de revelaciones divinas o malignas, cuyo contenido era
principalmente premonitorio.
Para
Aristóteles, los sueños se rigen por las leyes del espíritu humano y constituye
la actividad anímica que tiene lugar durante el reposo.
Este
filósofo reconocía que los sueños aumentan los estímulos que se perciben
durante el descanso; por ejemplo, un leve incremento de la temperatura en las
extremidades puede manifestarse en el sueño como si camináramos sobre el fuego,
por esta razón, el fenómeno onírico puede anticipar alteraciones físicas que no
se advierten en estado de vigilia.
Filósofos
anteriores a Aristóteles consideraban al sueño una inspiración de los dioses y
distinguían dos clases: los valiosos y verdaderos que nos sirven como
advertencia o nos revelan el porvenir; y los sueños engañosos cuyo propósito es
desorientar o perjudicar al individuo.
Macrobio
y Artemidoro clasificaban los sueños en dos clases: la primera influida por lo
que ocurre en el presente o el pasado sin significado premonitorio; y la
segunda como determinante del porvenir que incluía: el oráculo directo recibido
en el sueño; la predicción de un acontecimiento futuro y el sueño simbólico
para ser interpretado.
La
máxima autoridad de la antigüedad sobre la interpretación de los sueños fue
Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra aún se conserva.
La
teoría del origen sobrenatural de los sueños aún la mantienen quienes apoyan en
su fe religiosa el misterio de los sueños.
Hoy
en día es común que el juicio ingenuo de un sujeto lo lleve a aceptar que
durante el sueño, el durmiente puede trasladarse a un mundo distinto.
Para
el fisiólogo Burdach, el sueño nos libera de los trabajos, dolores y placeres
de la vida diurna.
J.H.
Fichte, considera a los sueños un poder de la naturaleza, auto curativo del espíritu.
Por
su parte, L. Strümpell piensa que el soñante le puede dar la espalda al mundo
de la vigilia, se pierde la memoria del orden de la conciencia despierta y de
su funcionamiento normal.
Sin
embargo, otros autores no están de acuerdo con esta afirmación y opinan que al
contrario, la mayoría de los sueños se refieren a la vida ordinaria y no nos
liberan de ella.
Para
Jessen el contenido de los sueños está determinado por la personalidad, la
edad, el sexo, la posición, la cultura y el estilo de vida de un sujeto y por
los acontecimientos y aprendizajes de su pasado.
El
filósofo J.G.Maas afirma que el contenido de los sueños se refiere
principalmente a los objetos que despiertan las más ardientes pasiones.
Según
lo que desea un sujeto serán sus sueños, el que ambiciona gloria soñará con los
laureles y el que está enamorado con el objeto de su amor.
El
sueño tiene el poder de acceder a recuerdos que en el estado de vigilia estaban
totalmente olvidados y esto tiene una singular importancia.
Hildebrandt
es uno de los autores que han observado esta circunstancia y que manifiesta que
el sueño vuelve a presentar fielmente reproducidos, acontecimientos lejanos que
ocurrieron en la etapa más temprana de la vida.
No
obstante, la mayoría de los sueños se inspiran en lo que ha ocurrido durante el
día y aquellos que nos resultan más difíciles de recordar pueden tener un
significado simbólico relacionado con experiencias traumáticas del pasado.
Fuente:
“Obras Completas de Sigmund Freud”, Tomo I; “La literatura científica sobre los
problemas oníricos”.
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