Ser
madre es un privilegio natural, pero no siempre una mujer, cuando tiene un hijo, es
capaz de pensar en él como alguien separado de ella.
Las
madres guían y enseñan con el ejemplo, de manera que es inútil que les digan a
sus hijos lo que les conviene, si ellas
hacen lo contrario; además, es inútil continuar educándolos cuando ya tienen
dieciocho años. A esa edad hay que
confiar en ellos y demostrarles esa confianza que le tienen.
Ser
madre no significa ser una esclava que responde permisivamente a cualquier
capricho de su hijo, sino que es un rol que hay que asumir y que hay que saber
desempeñar.
Los
hijos tienen que reconocer en sus padres su rol de autoridad, que expresa tener el derecho a manipularlos o dominarlos, sino que significa que son los encargados de poner las reglas
y de hacerlas cumplir, de protegerlos, sostenerlos, respetarlos como son y de darles la oportunidad de vivir en un ambiente pacífico, saludable y ordenado donde
todos se comprometen a cumplir y respetar esas reglas.
Disciplina
significa instrucción, que es el arte de
vivir, que es posible adquirir en la infancia y que nunca se olvida.
La
disciplina ayuda a controlar los impulsos, a ser dueños de uno mismo, a confiar
en la propia fortaleza, a respetar a los demás y a tener sentido de las prioridades en este
mundo.
La
mejor madre es la que puede brindar amor y también puede amarse a sí misma, la
que cumple el rol de protección, la que se ocupa de las necesidades afectivas de su
hijo y hace de su casa un hogar aunque trabaje.
Tanto
la madre como el hijo necesitan del apoyo del padre, que en esta cultura todavía
mantiene el rol de principal sostenedor
y representa la figura de autoridad.
Cuando
el padre no está presente, es importante que el niño pueda tener la oportunidad
de identificarse con otra figura masculina significativa, cercana y ligada a él
por una relación de afecto, que puede ser un abuelo, un tío o un hermano mayor o también una nueva pareja de
su madre que adopte el rol, no de padre, sino de padrastro.
El
rol del padre no lo reemplaza nadie cuando éste no está, porque todo sustituto tendrá
un nuevo rol que nunca será el mismo; pero que puede ser
significativo y saludable para el niño.
Toda
madre solamente puede someter y dominar al hijo que se lo permita, porque la relación de
dependencia únicamente es posible de a dos.
Si
el hijo es independiente, la madre no podrá hacer nada para evitarlo, pero sí, puede causarle sentimientos de culpa y
hacerlo infeliz.
También
un hijo puede intentar absorber por completo a su madre,
acaparando su atención, portándose mal o mediante enfermedades recurrentes; pero si ella es independiente no podrá
hacerlo, aunque sí, la puede hacer sentir culpable.
Mantener
la individualidad en una familia no es fácil pero se puede, cuando cada uno
cumple su rol, se limita solamente a ese rol y no pretende ocupar el lugar del otro.
La
madre no puede ser ni amiga ni compinche de sus hijos, no puede comportarse como ellos ni reemplazar al padre
si está ausente. Si
tiene que sustituir al padre, su rol será distinto, nunca el mismo.
Cuando
los padres se divorcian, lo más saludable para un hijo es tener la oportunidad
de compartir momentos de su vida con su padre, sea la persona que sea, siempre
que estar con él no sea una experiencia de alto riesgo para el hijo.
La
madre tiene que propiciar estos encuentros con el padre y fomentarlos, porque
si lo evita, creará sentimientos de culpa en el hijo, por querer al padre y entorpecerá su necesaria
identificación con él.
La
dificultad de la madre para compartir el amor del hijo con el padre, revela una
relación simbiótica (de dependencia) con él.
Malena
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