Las circunstancias de la vida nos presenta a cada
instante, el dilema de elegir entre dos opciones: satisfacer nuestros deseos de
inmediato o postergarlos utilizando la razón.
Por lo general, la mayoría cede a las tentaciones, principalmente cuando se han soportado
exigencias o se ha estado bajo los efectos del estrés; pero esta conducta impulsiva puede poner en
riesgo la propia vida y también la de los demás.
La sensatez de los objetivos a largo plazo tropiezan
muchas veces con los impulsos inmediatos, difíciles de controlar, que pueden
poner en peligro los propios intereses.
El autocontrol es la fuerza de voluntad que permite
dirigir la conducta hacia metas a largo plazo.
La capacidad de autocontrol disminuye drásticamente bajo
los efectos del alcohol, del estrés y de las condiciones ambientales.
Es innegable, que una dosis de autocontrol es
necesaria, ya que nos permite resguardar nuestra seguridad y proteger la de
otros que también pueden sufrir las consecuencias.
Para Sigmund Freud, la conducta humana es el
resultado del conflicto entre el principio de placer y la realidad, o sea entre
las distintas instancias que componen el aparato psíquico (los instintos, el Yo
y el Superyo).
Otros enfoques coinciden en afirmar que existen dos
formas de procesar la información, la impulsiva y la reflexiva. La forma impulsiva, que varía según la
personalidad, lo hace en forma
automática, ahorrando recursos y buscando el placer inmediato; en tanto que la
forma reflexiva planifica estrategias de acción y puede valorar las
consecuencias de los actos.
La forma reflexiva exige tiempo, capacidad para
postergar una necesidad inmediata y mantener esa conducta hasta haberla
convertido en un hábito.
Este sistema reflexivo depende del nivel de
identificación con los objetivos a largo plazo y de su claridad e intensidad.
Los impulsos se fortalecen cuando los sistemas de
autocontrol son débiles de manera que actuar de acuerdo a los objetivos a largo
plazo exige tener convicciones firmes, ser conscientes de los actos y contar
con la suficiente fortaleza psíquica para postergar el placer por un fin mayor.
Los neurólogos consideran que determinadas zonas
cerebrales, como el sistema límbico (la amígdala principalmente) y el sistema de
recompensa mesolímbico tienen un rol protagónico en las reacciones
impulsivas.
En cambio, la región dorsolateral de la corteza
prefrontal es la que principalmente participa en los procesos reflexivos, zona encargada también de los procesos
cognitivos y las señales afectivas.
Cuando existen dificultades con el autocontrol, dado
que el sistema impulsivo se puede entrenar para no entorpecer objetivos a largo
plazo, lo que puede ayudar es fijarse
pequeñas metas o planes de acción en cada oportunidad que se presente; porque necesariamente,
el logro del autocontrol se obtiene, aprendiendo a controlar las tentaciones.
Malena Lede - Psicóloga
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