La casa en
que se vive no siempre es un hogar. A
veces parece más un hotel que el lugar del encuentro de personas ligadas por
lazos de afecto.
La vida
moderna obliga a la mayoría a cumplir muchas obligaciones y a estar ocupada
casi todo el día, y cada vez son menos los
que tienen suficiente tiempo como para relajarse y compartir un diálogo con su familia.
Esta
manera de vivir hace que sean más las cosas que se callan que las que se dicen,
que se posterguen las inquietudes, que se vayan dejando de lado todos los
interrogantes y que no se puedan canalizar ni las dudas ni los cuestionamientos.
El
empacho de palabras no dichas intoxica y
termina exteriorizándose de alguna manera, la mayoría de las veces con violencia.
Todos
necesitamos hablar con alguien de nuestros problemas, que nos escuchen y
escucharnos decir en voz alta lo que sentimos para poder tener en cuenta otros
puntos de vista y para tranquilizarnos y esclarecernos; porque la percepción de la
realidad siempre es parcial y subjetiva y está condicionada por las
experiencias vividas.
Un hogar
no exige que todos los que habitan en él estén siempre de acuerdo, sino que es
el espacio perfecto para aprender a expresar las diferencias con respeto,
porque de esa manera se podrá trasladar esa conducta a otros ámbitos, lo que
favorecerá las relaciones sociales y evitará conflictos.
El que
ha vivido violencia en su casa seguirá repitiendo esos patrones de
comportamientos mientras viva, porque eso es lo que ha aprendido de chico y es
algo que nunca se olvida.
Casi
todos tenemos que pasar por circunstancias que son inevitables, como aprender a
adaptarnos, crecer, aceptar el propio
cuerpo, madurar, tolerar frustraciones, sufrir pérdidas irreparables y
deprendimientos, resistir las críticas, insertarnos en un mundo laboral cada
vez más competitivo y eventualmente decidirnos a formar nuestra propia familia.
Todas estas vicisitudes de la vida se sobrellevan con mayor fortaleza cuando se tiene una familia, padres, hermanos, tíos, abuelos, las raíces que necesitamos para adquirir el coraje para enfrentarlo todo.
Si un
niño tiene la oportunidad de tener padres responsables que cumplan su rol en el
hogar y que se ocupen de él con amor; si es aceptado como es, si recibe los
estimulan adecuados para desarrollar todo su potencial y si existe entre ellos una
comunicación fluida y diálogo, ese niño
se identificará con sus padres y será en el futuro una persona capaz de
integrarse a la sociedad en que vive y de participar en forma creativa.
Tenemos
la capacidad para resistir con entereza todo lo que nos depare la vida, pero esta capacidad está condicionada por el trato y el cuidado que recibimos en la infancia y esa
circunstancia es la que puede cambiar nuestro destino.
El calor de hogar se logra, cuando el amor y la comprensión de la familia prevalecen y cuando en ese lugar nos sentimos en casa.
Malena
Lede (Psicóloga)
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