Las doctrinas religiosas constituyeron durante
muchos siglos una respuesta a las necesidades psicológicas de la humanidad.
Pero existe un doble aspecto de la libertad sin
límites, porque junto al sentimiento de independencia de los vínculos
tradicionales que genera, también hace que los individuos se sientan solos,
aislados y que las dudas y la angustia los lleve a involucrarse en otras formas
de sumisión y a la práctica de actividades de tipo compulsivas e irracionales.
Esta nueva forma de dependencia puede otorgarle al
hombre más confianza en sí mismo y mayor capacidad de crítica, pero también puede
volverlo más inseguro y atemorizado y llegar a transformarse en una carga
pesada para el individuo.
Libre de los enemigos externos de la libertad, ahora
el individuo tiene que luchar consigo
mismo.
Si bien es cierto que la auténtica religiosidad es
la que está de acuerdo con la conciencia, lo que se ha perdido es la capacidad
de tener fe en algo trascendente, más allá de la ciencia.
Por otro lado, todavía existen demasiadas
interferencias para que los individuos se atrevan a pensar libremente por sí
mismo, como la opinión pública, la propaganda, la necesidad imperiosa de
adaptarse al entorno y el temor a ser distinto.
Todo esto nos conduce a pensar que es necesario
partir de un nuevo concepto de libertad que le permita a los seres humanos
realizarse plenamente y al mismo tiempo tener fe en sí mismos y en la vida.
Los avances tecnológicos y de la ciencia son
innegables e inestimables para la humanidad, de modo que todo juicio crítico
sobre la sociedad moderna no puede perder de vista el enorme progreso que ha
significado para el desarrollo individual y social.
El individuo dejó de estar sujeto a su condición de
nacimiento que determinaba su destino y ahora puede aspirar a una mejor
posición personal más allá de los límites tradicionales. Tiene la oportunidad de triunfar pero también
de fracasar, porque es suyo el riesgo que tiene que asumir para demostrar sus
habilidades y competir.
Este nuevo orden social exige aprender a contar con
uno mismo sin muletas ocasionales, asumir la responsabilidad de las propias
decisiones y también hacerle frente a la soledad más absoluta y a un inevitable
sentimiento de impotencia.
La persona ha logrado poder pensar en forma
individual pero quedó abandonado a sí misma, lejos del otro y de Dios; porque
la libertad DE hacer lo que desea individualmente cortó todos sus vínculos.
El hombre y la mujer actual están solos, todo lo que
hacen lo hacen para sí mismos; para servir a su propio interés y a su hedonismo. Su única motivación son las ganancias materiales
y el éxito personal, considerados fines en sí mismos; pero olvida que toda
actividad sólo tiene significado y dignidad cuando favorece los fines de la
vida, cuando somos importantes para alguien y somos capaces a la vez de hacerlo feliz..
Malena Lede – Psicóloga
Malena Lede – Psicóloga
Fuente: “El miedo a la libertad”; Erich Fromm
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