El dolor que produce una enfermedad o una pérdida puede convertirse
en una experiencia enriquecedora que enseña a crecer.
Son muchos los que necesitan enfermarse, perder a un
ser querido o alguna de sus capacidades para poder despegar y animarse a volar;
porque el dolor tiene el poder de generar la fuerza
para cambiar de perspectiva y avanzar.
El dolor nos transforma y nos pone en contacto con
nuestra dimensión espiritual, sin embargo todos huimos del dolor y son pocos
los que se atreven a enfrentarlo por temor.
Si el dolor no encuentra un cauce que permita su
aceptación, produce aún más sufrimiento y se vuelve patológico.
Sin embargo el dolor cura, nos avisa que hay algo
que estamos haciendo mal y nos da la posibilidad de curarnos.
El dolor no se puede evitar y aunque resulte difícil
de aceptar, es la mejor manera de aprender y de evolucionar; porque cuando la
vida transcurre sin ningún sobresalto todos deseamos mantener ese estado a toda
costa.
El dolor es una sensación subjetiva que nos llega al
alma y que puede producirnos un desequilibrio psíquico, sin embargo puede ser
la señal que nos está indicando el camino que tenemos que transitar.
Expresar el dolor emocionalmente es la condición necesaria
para recuperar la salud tanto física como psíquica; sin embargo, desde el punto
de vista social puede considerarse un signo de debilidad.
La educación que recibimos no siempre favorece
nuestra salud mental porque hemos sido criados para disimular nuestras
debilidades y mostrar nuestras fortalezas.
“Los hombres no lloran”, “es mejor tomar una pastilla que hacer un
papelón en un funeral”, “llorar es una conducta infantil”.
Las emociones no expresadas generan enfermedades, el
asma, por ejemplo, desde el punto de vista psicológico, es la expresión de un llanto reprimido que
ahoga.
El dolor debe ser vivido no rechazado y también
escuchado porque siempre tiene algo que decirnos y finalmente elaborado para
poder integrarlo a nuestra identidad.
Huimos del dolor con medicamentos, con alcohol, con distracciones
o falsas compañías, pero cuanto más lo rechazamos más se incrementa, porque no
podemos huir de nosotros mismos.
Para superar normalmente el dolor de las pérdidas es
inevitable transitar por cuatro etapas,
la negación, la ira, la pena y la aceptación.
Un año es el tiempo que se necesita para elaborar un
duelo normal y hasta dos años no se considera patológico.
Si el dolor no es metabolizado de esta forma se
corre el riesgo de sufrir una enfermedad física o psíquica.
El dolor, la ira, el miedo y la alegría son
emociones humanas que necesitan ser expresadas y no reprimidas, para evitar serios
trastornos.
Malena Lede - Psicóloga
Para leer más sobre este tema : "Bienvenido dolor"; Pilar Sordo (Psicóloga)
Para leer más sobre este tema : "Bienvenido dolor"; Pilar Sordo (Psicóloga)
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