Los seres humanos
somos falibles e imperfectos y desgraciadamente a veces podemos cometer graves
errores que pueden malograr la vida de
nuestros seres más queridos.
Una impactante
noticia del exterior nos estremece: la hija más pequeña de sólo 19 meses, de un
conocido esquiador europeo, durante una recepción, muere ahogada en una pileta.
Lamentablemente
estos accidentes, que se podrían evitar, son frecuentes.
Los niños ponen a
prueba los cuidados más rigurosos, desean explorar, tener nuevas experiencias,
divertirse tanto como nosotros, por eso pueden desaparecer de la vista de sus
mayores en un instante, más cuando son pequeños.
Las piletas son
trampas mortales para los niños, por eso existen en muchos países reglamentaciones
que exigen que las piscinas deben contar con una baranda protectora que sólo
permita el acceso por un lugar determinado y que cubra el resto del perímetro.
Claro que en una
casa elegante, la pileta, además de ser un lugar para disfrutar, también tiene un
valor decorativo, a lo que muchos propietarios no están dispuestos a renunciar,
con el grave peligro que ello implica
tanto para la propia familia como para las visitas.
Estas experiencias
dejan secuelas que no se borran fácilmente y un sentimiento de culpa en todos
los responsables que de uno u otro modo los acosará el resto de sus vidas.
Los traumas por
accidentes siempre son difíciles de olvidar principalmente porque se podían
haber evitado.
No se puede confiar
en un niño de menos de dos años en un lugar que no es su casa, ni actuar como
si no existiera.
Conozco a una madre
que perdió a una hija de tres años al caer de una terraza mientras la empleada doméstica
colgaba la ropa.
La empleada adoraba
a esa niña, sin embargo, sólo bastó un minuto o menos para que ocurriera la
tragedia.
Es cierto que en
este mundo estamos todos en la cuerda floja y no siempre podemos controlarlo
todo, pero creo que tenemos que tener más conciencia de los riesgos que existen
a nuestro alrededor y de nuestras responsabilidades como padres.
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